Noticias del día informan por diversos medios de la globosfera hispanoparlante, que el gobierno del Brasil no aceptará el fallo del Tribunal Supremo de Venezuela en el litigio por el resultado de las elecciones.
¿Qué es lo que revela esta actitud? Simple: la enorme eficacia del poder de chantaje del imperio, que a través de una ofensiva mediática, diplomática y económica sin precedentes (peor aún que la que sufriera el presidente Salvador Allende en Chile porque en esa época los medios tenían un poder de fuego mucho menor y las redes sociales aún no habían nacido), ha logrado instalar como una certeza inapelable la idea de que la elección de Nicolás Maduro fue fraudulenta.
Tal embuste no es otra cosa que una muestra más del poder de la propaganda elaborada por las usinas de mentiras y fake news basadas en Estados Unidos, que desde hace meses venían anunciando que habría fraude en las elecciones venezolanas.
Desgraciadamente, los gobiernos latinoamericanos parecen impotentes para neutralizar la extorsión diseñada en Washington y ejecutada por centenares de medios y machacada por miles de lenguaraces que vociferan a coro la misma melodía: ¡hubo fraude, muestren las actas!
Pese a tan rotunda confesión, el gobierno del presidente Lula da Silva sigue exigiendo que “se muestren las actas”, actitud no sólo insólita e irrespetuosa de los asuntos internos de un estado hermano sino que además resulta paradojal porque, ¿Dónde están las actas que demuestran que Lula ganó las elecciones del 2022? ¿Las exhibió alguna vez? No, pese a las denuncias de los bolsonaristas y de Steve Bannon.